El domingo 20 de octubre, el Papa Francisco elevó al honor de los altares a 14 cristianos que vivieron en diferentes épocas y fueron destacados por su labor evangelizadora.
En el grupo se encuentran 11 santos conocidos como los “mártires de Damasco”, que se han convertido en santos unos 160 años después de su muerte.
Los ocho frailes franciscanos y tres laicos maronitas -todos hermanos- de un monasterio fueron asesinados por militantes drusos en julio de 1860 en la capital siria, entonces bajo dominio otomano.
El español Manuel Ruiz López (Burgos, 1804), quien en aquel momento era superior del convento de San Pablo y fue víctima de la furia de una multitud de drusos que la noche del 9 de julio de 1860 irrumpieron en el barro cristiano de Damasco. Ahí vivían unas 30.000 personas, miles de ellas fueron masacradas y algunas se refugiaron en el monasterio de Ruiz y el resto de frailes menores. Con él decapitaron a siete franciscanos hoy también canonizados, entre ellos los españoles Carmelo Bolta, Nicanor Ascansio, Nicolás María Alberca, Pedro Nolasco Soler, Francisco Piñazo Peñalver y Juan Fernández, y el austríaco Engelbert Kolland.
Los religiosos recibieron una propuesta del gobernador otomano de la época para refugiarse en su residencia, pero la rechazaron al no querer dejar sola a la gente que buscaba protegerse en el convento.
En la ceremonia también fueron canonizados los laicos maronitas Francesco Massabki, Mooti Massabki y Raffaele Massabki. Eran tres hermanos de Damasco muy vinculados a la comunidad de los franciscanos que estaban en el convento de San Pablo junto al resto de frailes, donde murieron igualmente asesinados en la misma masacre.
Los otros tres santos fallecidos a principios del siglo XX, fundaron comunidades religiosas.
El misionero italiano San Giuseppe Allamano (1851-1926), fundador del Instituto de los Misioneros de Consolata fundador de la congregación del padre @padredanilocc y de las Hermanas Misioneras de Consolata, la monja italiana Santa Elena Guerra (1835-1914), fundadora de la Congregación de Oblatas del Espíritu Santo -conocidas como Hermanas de Santa Zita-, y la canadiense Santa Marie-Leonie Paradis (1840-1912), fundadora de la Congregación de las Hermanitas de la Sagrada Familia.
Damos gracias a Dios por estos hermanos que nos dejaron su huella imborrable de trabajo al servicio del evangelio y su testimonio de que la santidad es posible.
Recemos para ser testigos del día que nuestro Siervo de Dios, Monseñor José Américo Orzali se cuente entre los beatos y santos que tanto bien le hacen a nuestar Iglesia.