Predicación de monseñor Jorge Lozano en la Misa presidida por monseñor Jorge García Cuerva en la Catedral de Buenos Aires, por las víctimas de la tragedia de Cromañón hace 20 años.
-El 30 de diciembre de 2006 un papá me entregó este brazalete a la salida de la misa en esta Catedral. Su rostro estaba triste, como tantos otros. Me dijo: “no doy más, después de estos dos años me faltan fuerzas. Tenelo vos”. Desde aquel momento lo coloqué en una pequeña mesita que tengo para mis oraciones de todos los días, junto a una imagen de la Virgen. Me lo llevé a Gualeguaychú y ahora lo tengo en San Juan. En varias oportunidades volvimos a cruzarnos con este papá y cada tanto me preguntaba si lo seguía teniendo.
Hace 20 años la vida pegó un giro inesperado, un golpe para el cual uno no se prepara. Tanta vida joven arrebatada por la muerte que llegó de la mano de la corrupción, la inoperancia, la indolencia.
El Santuario en la esquina en diagonal a la plaza de Once fue la respuesta espontánea e inmediata a tanto dolor sin explicación. Allí el silencio, los abrazos, las oraciones nos empezaron a reunir.
Qué locura empezar los diálogos de esta manera: “¿Vos quién sos? ¿De dónde venís? ¿A quién perdiste?”.
En la medida de lo posible y muy de a poco se fueron construyendo vínculos sanadores, espacios de encuentro y oración, de diálogo y búsquedas.
Varias veces nos han preguntado qué se dice a los familiares y amigos de quienes murieron. No se dice nada. Se hace. ¿Qué se hace? Estar, escuchar, abrazar, acompañar, caminar juntos. Bancarnos que no tenemos respuestas verbales para todo. Porque no siempre se trata de entender, sino de sostener en la vida.
Otra pregunta que varias veces nos hicimos y suele flotar en el ambiente: ¿Dónde estaba Dios esa noche?
Él estaba en las víctimas. En los que volvieron a ingresar a rescatar a todos los que podían, tantas veces como les respondió el cuerpo, hasta dejar el último aliento de vida allí. Dios estuvo en quienes acudieron a asistir a los sobrevivientes. Dios se pone del lado de los frágiles, los débiles, los que tienen la vida rota. Dios está en ustedes cuando construimos un nosotros. Cuando dos o tres se reúnen a rezar en su nombre. Dios está cuando nos abrazamos y compartimos dolor y camino. Dios está en cada mano que acerca la velita encendida, aunque se queme un poco con la cera derramada. Dios está aquí abrazándonos a todos nosotros.
Otras vidas fueron apareciendo. Cada año que nos encontramos en esta Iglesia Catedral vemos embarazos, niños en brazos, otros ya caminando y rezando con nosotros. Cada niño que nace nos renueva en la esperanza. Como el Niño Jesús, que viene frágil a iluminar nuestras tinieblas.
Les pido que tengamos en la oración de hoy a los 194 de hace 20 años; sumemos a todos los jóvenes cuyas muertes se pudieron evitar, a los familiares y amigos que se han ido quedando en el camino. Sabemos que ellos están presentes, ahora y siempre.
Una hermosa canción expresa: “al final de la vida llegaremos con la herida convertida en cicatriz” (Cristóbal Fones)
Pido al Niño Jesús que así sea.