Por monseñor Jorge Lozano
Mirar el cielo estrellado en una noche despejada es una maravilla. Y si nos encontramos fuera de la contaminación lumínica de la ciudad, es mucho más nítido el paisaje admirable.
¿Cómo elegir la más bella sin hacer injusticia a las otras? ¿Cómo decir cuál brilla con mayor fuerza? Entre todas, elegir una y seguirla no ha sido tarea fácil. En esta noche del 5 de enero hacemos memoria de tres hombres que se pusieron en camino siguiendo una estrella que los guiaba al Rey salvador del mundo. Largas distancias debieron recorrer. Salieron de la comodidad de lo conocido, se desinstalaron. Fueron dóciles a la intuición de buscar en lo inédito algo nuevo.
Eran hombres sabios que supieron observar los astros y en ellos leer el misterio de algo que Dios estaba obrando en la historia humana. No eran aventureros tras experiencias esotéricas o enigmáticas.
Un elemento no menor es que no contaban con un mapa a la hora de partir. ¿Cómo explicar a sus familiares y amigos? ¿Qué decir acerca del lugar al cual se dirigen? ¿Cuánto tiempo les llevaría el viaje? Pura disponibilidad y confianza. El Otro me guía, sostiene en el camino. Son Peregrinos de Esperanza.
Sin embargo, no todo era incertidumbre. Sabían que buscaban al rey de los judíos que acababa de nacer, “porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido para adorarlo”. El recorrido tenía una meta (el niño rey) y una acción a realizar (adorarlo). No bastaba satisfacer una curiosidad, sino alcanzar una finalidad bien concreta.
Y llegaron al encuentro con Jesús. “La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño.” El signo que hallaron no fue grandilocuente, “encontraron al niño con María, su madre”.
Ante lo pequeño y frágil que tienen delante no se desalientan. No se enroscan pensando en que es poca manifestación para tanto andar, ni se reprochan por la cantidad de noches de intemperie o penurias del camino. Alcanzaron lo buscado, “y postrándose le rindieron homenaje”.
En la Navidad celebramos que Jesús nació en Belén, en cumplimiento de las promesas de Dios a su pueblo Israel, manifestadas por los profetas. En esta escena evangélica vemos que la revelación de Dios en Jesús alcanza a todas las culturas.
Pensemos si estamos disponibles para buscar señales de Dios que nos invitan a ponernos en camino.
Desde hace décadas los Papas dedican el primer día de enero a hacer un llamamiento a la Paz dirigido a los líderes políticos del mundo, y a toda la humanidad. En el Mensaje para esta Jornada Francisco nos hace un llamado que vos y yo podemos acoger: “el desarme del corazón es un gesto que involucra a todos, a los primeros y a los últimos, a los pequeños y a los grandes, a los ricos y a los pobres” (Mensaje, n 14). Tenemos al alcance de la mano realizar gestos concretos de cercanía y consuelo con quienes sufren, una caricia, una sonrisa, una mano en el hombro”. “En efecto, la paz no se alcanza sólo con el final de la guerra, sino con el inicio de un mundo nuevo, un mundo en el que nos descubrimos diferentes, más unidos y más hermanos de lo que habíamos imaginado” (Mensaje, 14).
Escribe también el Papa, “dirijo mi más sincero deseo de paz a toda mujer y hombre, en particular a quien se siente postrado por su propia condición existencial, condenado por sus propios errores, aplastado por el juicio de los otros, y ya no logra divisar ninguna perspectiva para su propia vida. A todos ustedes, esperanza y paz, porque este es un Año de gracia que proviene del Corazón del Redentor”. (Mensaje, 1)
Que en este año del Jubileo logremos generar gestos de paz.