En Guayaquil, Ecuador, se lleva a cabo el IX Encuentro Panamericano y V Encuentro Latinoamericano y Caribeño de Acompañamiento Pastoral Post Aborto, que se extenderá hasta el 23 de mayo inclusive; con la participación de 18 países de América Latina y el Caribe representados por movimientos sociales y eclesiales por la vida.
El encuentro comenzó con la intervención de monseñor Jorge Eduardo Lozano, nuestro arzobispo , que como asesor ofreció un saludo de bienvenida a los presentes, y luego una ponencia titulada “La Red de protección de la vida del Continente”, centrada en la necesidad de un acompañamiento pastoral cercano, compasivo y libre de juicios para quienes han vivido la experiencia del aborto.
Compartimos el texto completo de monseñor Jorge Lozano:
Acompañamiento pastoral a las personas que abortaron
Introducción
Estamos viviendo un tiempo de sentimientos encontrados. Hemos cantado con alegría el Aleluya Pascual, y el lunes de la Octava amanecimos con la noticia de la muerte del querido Papa Francisco. Días de oración y memoria agradecida, de duelo. Todavía resuenan en nuestros corazones sus palabras de aliento del 30 de octubre del año pasado, en la audiencia que nos concedió en Roma: “No debemos perder la esperanza, el mal no tiene la última palabra, no es nunca definitivo”.
El jueves 8 de mayo nos alegramos con un nuevo sucesor del Apóstol San Pedro, que nos invitó a acoger el don de la Paz del Resucitado. En su primer mensaje, con voz serena pero firme, nos invitó a construir una «Iglesia misionera, que levanta puentes, una Iglesia sinodal que camina cerca de los que sufren». Nos exhortó a avanzar «sin miedo, tomados de la mano de Dios y entre nosotros». Estas palabras resuenan como un eco del mandato de Cristo: «Vayan y hagan discípulos a todas las naciones» (Mt 28, 19).
En este Encuentro programado hace mucho tiempo vamos a alentarnos mutuamente a vivir la alegría de la Pascua en el Año Santo, renovando nuestra vocación de ser “Peregrinos de la Esperanza”.
- La Iglesia, madre y misericordiosa
¿Quiénes estamos hoy aquí? Miembros de la Iglesia que es madre. Como dice una bella canción dedicada a la Virgen María, “una madre no se cansa de esperar”, no deja de amar, no niega a sus hijos cuando caen. Como enseñaba el Papa Francisco, la Iglesia no es una aduana que pone barreras, sino una casa de puertas abiertas. Es madre con corazón abierto, especialmente para con los heridos de la vida.
El acompañamiento pastoral a quienes han abortado (mujeres o varones, aunque por lo general mencionamos a las mujeres) no empieza con un discurso abstracto, sino con una presencia misericordiosa que sabe callar, sabe llorar y sabe estar. No se trata de justificar, sino de sanar y abrazar.
Jesús nos da el ejemplo con la mujer sorprendida en adulterio: “¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco te condeno. Ve y no peques más” (Jn 8,11). Él no ignora el pecado, pero pone el amor primero, y abre siempre un camino hacia la reconciliación. Esa es la misión de la Iglesia: no señalar con el dedo, sino sostener con el corazón. Nuestra Iglesia asume el rostro de un inmenso hospital de campaña donde se han de sanar las heridas.
- La pérdida del valor de la vida y de la maternidad
Vivimos en un tiempo marcado por una grave pérdida del sentido y el valor de la vida humana. En muchas culturas se ha diluido la conciencia de que toda vida es sagrada, especialmente la vida más frágil, más indefensa: la que está por nacer. La primera víctima del aborto es, desde luego, el ser humano inocente al que se le impide nacer y desarrollarse.
El aborto se ha presentado en muchos lugares como un derecho. Se naturaliza como algo “normal”, como una salida aceptada, incluso promovida por políticas públicas. Esta mentalidad instala la idea de que se puede disponer de la vida, como si no tuviera valor intrínseco.
Junto con esto, también se ha debilitado el valor de la maternidad. De ser una vocación de entrega y de amor, pasa a ser vista muchas veces como una carga, un obstáculo, una molestia. Esta visión está asociada a una cultura de descarte, que elimina lo que no produce, lo que incomoda o no encaja en un modelo superficial de éxito y comodidad. Hay una creciente tendencia al narcisismo egocéntrico. “A causa de los ritmos frenéticos de la vida, los temores ante el futuro,(…) se asiste en varios países a una preocupante disminución de la natalidad” (Bula Spes non confundit, 9).
Pero nosotros estamos llamados a anunciar que toda vida tiene dignidad, y que la maternidad es una expresión sublime de amor, digna de ser respetada, protegida y acompañada.
- El drama de la mujer desprotegida
En el fondo de cada aborto, suele haber una historia de dolor. Muchas mujeres no abortan por una fría y libre decisión, sino porque no vieron o no se les presentó otra salida. Están presionadas por el entorno, por el miedo, por la pobreza, por la violencia, por el abandono del varón o de la familia. En algunos casos cargan también con la expulsión del ámbito laboral.
Son mujeres solas, asustadas, angustiadas. Les dijeron que el aborto era la solución (la única), pero luego, el silencio y la culpa se hicieron presentes. Y lo más doloroso es que, muchas veces, nadie las acompaña.
El aborto, en estas circunstancias, no fue una elección, sino una rendición tras dar un tiempo de batalla. Rendición ante un mundo que no supo cuidarlas, que no les ofreció alternativas, que no les mostró un camino de esperanza.
Este drama no puede dejarnos indiferentes. Como Iglesia, debemos estar allí, no con condenas, sino con comprensión. No con teorías, sino con gestos concretos de amor y cercanía.
- Mujeres en las periferias existenciales
El Papa Francisco nos ha enseñado a mirar hacia las periferias existenciales. Es allí donde están los pobres, los descartados, los que no tienen voz. También allí están muchas mujeres que han pasado por un aborto.
En unas cuantas ocasiones, estas mujeres son juzgadas por los creyentes, alejadas de la comunidad, abandonadas a su sufrimiento interior. Pero Jesús no hizo eso. Jesús tocó al leproso, habló con la samaritana, se dejó ungir por una pecadora. Se acercó a las heridas, no les tuvo miedo.
El aborto deja heridas profundas, físicas, emocionales y espirituales. Quien ha pasado por eso necesita ser mirada con misericordia, ser escuchada sin juicio, ser sostenida con ternura. Nuestro anhelo más profundo es “que estas hermanas nuestras puedan encontrar a Jesús en la desolación” (Francisco, 30 de octubre 2024)
Nosotros no estamos llamados a juzgar, sino a detenernos como el buen samaritano, a vendar las heridas y a decir con nuestros gestos: “Dios no ha terminado contigo”.
- Escuchar, contener, formar
El acompañamiento pastoral en este ámbito no puede ser improvisado. Se necesita formación humana, espiritual, psicológica. Se necesita saber escuchar con empatía, con humildad, con respeto por los tiempos del otro.
La escucha es un arte. Escuchar no es solo oír palabras. Es también saber acoger los silencios, sostener el llanto, respetar el ritmo interior del alma herida. En su Encíclica sobre la Esperanza, el querido Papa Benedicto XVI escribió: “En efecto, aceptar al otro que sufre significa asumir de alguna manera su sufrimiento, de modo que éste llegue a ser también mío. Pero precisamente porque ahora se ha convertido en sufrimiento compartido, en el cual se da la presencia de un otro, este sufrimiento queda traspasado por la luz del amor. La palabra latina consolatio, consolación, lo expresa de manera muy bella, sugiriendo un « ser-con » en la soledad, que entonces ya no es soledad” (SS 38).
Palabra sin gesto no conmueve. Discurso sin cercanía son palabras huecas. “Si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe” (I Cor 13, 1).
Contener no es dar soluciones rápidas. Es ser presencia estable, sin prisas, sin moralismos, sin pretender que todo se resuelva con una charla. A veces, lo más sanador es estar. Ser rostro de Cristo, que camina con ellos.
Por eso, el voluntariado pastoral en este campo requiere también una fuerte vida espiritual. Nadie puede acompañar bien si no está también acompañado por Dios. Es desde la oración, desde la escucha de la Palabra y desde los sacramentos que nace la capacidad de sanar con ternura.
- Ternura que abre futuro
La ternura es el lenguaje de Dios. Jesús no gritaba, no humillaba, no imponía. Él miraba, tocaba, acariciaba. Y eso sanaba más que mil discursos o una catarata de reproches.
Toda persona herida necesita saber que tiene un futuro. Que el amor es más grande que el error, que la misericordia no tiene fecha de vencimiento.
Muchas mujeres que abortaron viven con una herida escondida. No saben cómo volver. Temen no ser perdonadas, creen que no son dignas de amor. Allí, nuestra misión es abrir caminos, mostrarles que pueden empezar de nuevo, que Dios las sigue esperando con los brazos abiertos.
En la escena evangélica de la mujer sorprendida en adulterio, quienes la trajeron delante de Jesús sólo veían su pasado y su presente como algo clausurado, sin posibilidades de algo nuevo. Jesús vio su futuro.
Varias veces le escuché decir al Cardenal Jorge Bergoglio que las heridas físicas sanan cuando son bañadas por la sangre desde adentro hacia la superficie. Y que con las heridas espirituales sucede lo mismo. Si se las tapa no sanan.
Una canción expresa “al final de la vida llegaremos, con la herida convertida en cicatriz” (Cristóbal Fones, SJ).
Como decía el Papa Francisco: “La misericordia es el segundo nombre del amor”. Y cuando ese amor se hace ternura concreta, el corazón se abre y el futuro renace.
Conclusión
Queridos voluntarios y voluntarias, ustedes son brazos de la Iglesia madre, son signos visibles del amor de Cristo que no se cansa de buscar a los heridos.
El miércoles 30 de octubre Francisco nos dijo algo muy sentido: “Como el ángel en el sueño de san José, Dios nos anuncia que, después de este desierto, el Señor volverá a tomar posesión de su casa. Para muchas personas ustedes son como ese ángel y se lo agradezco de veras”.
Que nunca les falte la humildad para aprender, el coraje para estar presentes, y la ternura para acompañar.
Y recuerden siempre: en cada mujer que acompañan, están tocando una herida que Dios ama profundamente. Que su servicio sea luz en la noche y esperanza en medio del dolor.
+ Jorge Eduardo Lozano
Arzobispo de San Juan de Cuyo- Argentina
Guayaquil, 19 de mayo 2025