MENSAJE DOMINICAL: Renovando la Esperanza en el Mes de las Misiones

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano

-Octubre se despide, pero su esencia nos invita a mirar más allá del calendario y adentrarnos en la misión profunda que nos une: ser testigos vivos del Evangelio. Este mes, dedicado especialmente a las misiones, nos recuerda que la fe es una llamada a salir al encuentro del otro, a cruzar fronteras visibles e invisibles, y a llevar la luz de Jesús donde el mundo aún camina en penumbras. En el contexto actual, marcado por cambios sociales y culturales vertiginosos, la misión adquiere un significado renovado, exigiendo valentía, oración y empatía.

En muchos rincones del planeta, hablar de Jesús sigue siendo motivo de persecución. Hay comunidades donde los misioneros deben vivir su fe en la clandestinidad, transmitir esperanza en silencio, y soportar amenazas constantes. Ellos eligen cada día el camino del testimonio, enfrentando riesgos que la mayoría de nosotros apenas imaginamos: encarcelamiento, tortura, exclusión y, en casos extremos, la entrega misma de la vida. Su testimonio nos interpela y nos llama a unirnos en una oración sincera y comprometida, pidiendo a Dios que los sostenga, fortalezca y proteja.

Nuestra oración no es solo un pedido, sino también un gesto de comunión. Al elevar nuestros corazones por quienes sufren por el nombre de Jesús, nos reconocemos parte de la misma misión: sembrar paz donde la intolerancia busca imponerse, llevar consuelo donde la hostilidad pretende reinar.

Son innumerables las historias de misioneros y cristianos perseguidos que nos conmueven y desafían. Hay quienes, privados de libertad, encuentran en la oración una fuerza indestructible; otros, aun en medio de la tortura o el exilio, continúan sembrando semillas de esperanza. Testimonios que hablan de ser perseverantes en la esperanza que no defrauda.

En estos relatos vemos reflejada la fuerza del Evangelio: una fe que no se deja doblegar, que se vuelve refugio y fortaleza. Cada vida entregada por amor a Jesús se convierte en una lámpara encendida en medio de la noche, señal de que la esperanza no muere y de que Dios nunca abandona a sus hijos.

El Año Santo Jubilar es oportunidad para dejar atrás el desaliento y abrazar la misión de animar, incluir y contagiar alegría, especialmente en un mundo donde las sombras parecen avanzar.

Ser peregrinos de esperanza es abrir caminos de reconciliación y construir puentes donde hay distancia. Es sumar nuestra voz a la de los misioneros y perseguidos, llevando el mensaje de paz que nace del Evangelio: «No tengan miedo, Yo estoy con ustedes».

En el corazón de toda misión está la certeza de que la luz de Jesús puede transformar cualquier realidad. Incluso donde la violencia y la incomprensión parecen prevalecer, Cristo sigue ofreciendo paz, reconciliación y sentido. Nuestra tarea como comunidad cristiana es dejar que esa luz brille a través nuestro, siendo faros de esperanza para quienes buscan consuelo y fortaleza.

Hoy más que nunca el mundo necesita testigos que elijan la bondad, el diálogo y la compasión. Necesitamos ser valientes, no quedarnos en la indiferencia, y animarnos a llevar adelante la misión de construir un mundo más justo y fraterno.

Al cerrar octubre, mes de las misiones, elevemos juntos una plegaria por quienes, en tierras y culturas hostiles, arriesgan todo por el Evangelio. Pidamos que Dios los sostenga, les conceda fortaleza y los permita sembrar paz en medio de la adversidad.

Que la oración y la solidaridad sean nuestro modo de estar cerca de los misioneros perseguidos, y que el espíritu de esperanza nos anime a ser portadores del amor y la paz que Cristo nos regala. Octubre termina pero la misión continúa: seamos luz, seamos esperanza, seamos comunidad.

Recemos hoy especialmente por nuestra Patria y sus habitantes, para que seamos ciudadanos responsables en el compromiso por el bien común.