Un año desde la Beatificación del cardenal Eduardo Pironio:

Eduardo Francisco Pironio nace en Nueve de Julio (Buenos Aires), el 3 de diciembre de 1920, en el seno del hogar constituido por José Pironio y Enriqueta Rosa Butazzoni, inmigrantes italianos que habían llegado de Percoto del Friuli en 1898. Último de veintidós hijos, él mismo considera su vida como un milagro de la intercesión privilegiada de la Virgen de Luján. Bautizado el 3 de febrero de 1921, su existencia toda fue un canto de fe al Dios de la vida.

Después de haber frecuentado la escuela regular en su ciudad natal, el 14 de marzo de 1932, a la edad de doce años, ingresa en el Seminario San José de La Plata, donde realiza sus estudios de filosofía y teología, que dan comienzo a lo que él llama “la carrera sublime del sacerdocio”. El 5 de diciembre de 1943, a los 23 años, es ordenado sacerdote en el Santuario nacional de Nuestra Señora de Luján, patrona del pueblo argentino, y comienza a gritar al mundo su alegría de ser sacerdote.En Luján también fue consagrado obispo en 1964, y fue sepultado allí en 1998.

Hace un año fue beatificado, el 16 de diciembre del 2.023 en esa misma comunidad a la que le brindó su vocación bajo el amparo de nuestra Señora de Luján. 

Con una intensa espiritualidad mariana y especial vículo con esa advocación lujanera, desarrolló una prolífera tarea pastoral acompañando a las comunidades y contagiando sobre la importancia de contarle a la Madre de Luján nuestras necesidades; confiados en su intercesión.

Uno de los testimonios más conmovedores es el que detalla en una carta que le envía a monseñor Presas, conocido historiador lujanense,  y que hoy puede leerse en la Basílica de Luján cerca de donde descansan sus restos. En ella da un testimonio que sería difícil de creer si no fuera por la credibilidad del testigo. Cuenta que su madre, Enriqueta,  quedó gravemente enferma después de tener su primer hijo y unos misioneros: “le dijeron a mi padre que en el primer tren que pudiera tomar fuese a Luján y pidiese a los Padres de la Basílica un algodón mojado en la lámpara que arde frente a Nuestra Señora; así lo hizo mi padre, regresó inmediatamente y frotó con ese aceite a mi madre; ella comenzó a restaurar su salud y a estar perfectamente bien”.

Pero el milagro no terminó allí. El médico le había diagnosticado a Enriqueta que no podría tener más hijos porque ciertamente moriría. Ella se lo contó en confesión a monseñor Alberti, obispo auxiliar de La Plata, y este le dijo: “Señora, los médicos también pueden equivocarse, tenga confianza en el Señor; yo ahora voy a celebrar la misa en el altar de Nuestra Señora de Luján por usted”. La historia tuvo un final feliz que así remata Pironio: “Total que mi madre vivió hasta los 82 años y tuvo 22 hijos, yo soy el último de ellos” ¡Veintidós milagros hizo la Virgen de Luján en esa familia! El día de las exequias de Pironio en Roma, el Papa Juan Pablo II recordaba en su homilía esta anécdota y la enriquecía con otro dato que alguna vez Pironio había contado en una entrevista: “después fui nombrado obispo auxiliar de La Plata, precisamente en el cargo de aquel que había bendecido a mi madre. El día de mi ordenación episcopal el arzobispo me regaló la cruz pectoral de aquel obispo, sin saber la historia que había detrás. Cuando le revelé que debía la vida al propietario de aquella cruz, lloró”.

Que a ejemplo del Beato Eduardo Pironio compartamos la confianza plena en la intercesión de nuestra Santa Madre María.